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Ficción y realidad (2ª parte).

     Hola amiguitos y amiguitas. Después de atender a alguna de vuestras peticiones (Lolo, si usas esa frase tendrás que pagarme los derechos de autor) y de contestar a algunos de vuestros comentarios (desafortunados en el caso concreto) seguiré con el hilo habitual del blog. Así que ahí va otra ración de “ficción y realidad”.

     El arte del ligoteo.

     Chico ve a chica tomando algo sola. Se acerca y se sienta con ella. Para romper el hielo dice algo ingenioso; ella ríe y se ponen a hablar. Les dan las 10 y las 11, las 12 la 1 las 2 y las 3 (para los que no lo sepan, todo esto es una canción) y ellos están ahí de cháchara. Los del bar están con una sonrisa de oreja a oreja; no pueden cerrar hasta que se vayan, pero como se les ve tan acameralitos les dejan.

     La parejita arranca la caña, y el chico acompaña a la chica a su casa. En el portal él se acerca y le da un beso, y ella le invita a subir. Hacen el amor durante toda la noche (encima a cámara lenta). Por la mañana se despiertan abrazaditos, y surgen comentarios como “que bien hueles”, “que bonita eres” y demás.

     Todo muy bonito, ¿verdad? Pues vaya mierda cuando te ves en una situación así.

     La primera gran mentira es que NUNCA verás a una chica sola. Las chicas se levantan, se asean, eligen la ropa, los zapatos, el bolso y a la amiga con la que van a estar. Y si encuentras a alguna que esté sola existe una gran probabilidad de que esté esperando a alguien.

     No todos los momentos son buenos para iniciar el acercamiento. Por la mañana ni se les ocurra. Si no me creen lean el artículo “Jenny Grey (a petición de Lolo)” (paso de cortar y pegar, que no soy Ana Rosa Quintana). ¿Lo leyeron? Aún tengo agujetas en las cuerdas vocales de todo lo que hablé ese día…

     Imagínate que consigues entablar conversación con la chica. Se aproxima la hora del cierre, y los del bar no se van a apiadar de ti, así que usarán diferentes tácticas para que te vayas (te quitarán la copa, te apagarán las luces, te barrerán para fuera con el escobillón).

     Como buen caballero, acompañas a la chica a su casa. Eso sí, la tía en cuestión no vive cerca. ¡Noooooo! Vive a tomar por culo de allí, así que mientras hablas con ella vas lanzando miguitas de pan por si luego te pierdes.

     Llegas al portal, y se produce una situación tensa, porque ninguno de los 2 sabe lo q va a hacer el otro. Pongámonos en la mente de ambos individuos.

     Ella pensará “¿Qué irá a hacer?”.

     Tú pensarás “¿Habrá folleteo?”.

     Al final ni besos ni pollas. Puede que se despida o puede q te invite a subir, así que olvídate de compartir fluidos (al menos de saliva). Pongámonos que al final hay folleteo. Todo pasa muy rápido. Tardas más en quitarte el cinto que en realizar el acto en si, sobre todo si al verla en sujetador tu te “vas” (y ya saben a lo que me refiero).

     Es muy raro que te quedes a dormir. Desde que ella se queda dormida empleas todos tus conocimientos que has adquirido viendo “Prison Break” e intentas escapar de allí. Pero si te quedaras a dormir, olvídate de esas bonitas palabras de las películas. Ella no será bonita. Tendrá el pelo estropajoso, olerá a sudor y tendrá el rimel corrido. Y la habitación ya no olerá tan bien. Eso es por tu culpa, pedazo de jediondo, que para una vez que sales se te olvida lavarte… y no veas el cante a pata sudada y a “eau de sobac”. Ella se levanta y sale despavorida al baño, porque cualquiera aguanta el olor, mientras los vecinos tocan en la puerta alarmados por la nube verde que asoma por ventanas y puertas.

     La Navidad.

     Toda navidad peliculera empieza con la familia comprando el árbol, que suele ser el mejor de toda la tienda. Posteriormente decoran la casa, en familia como no, mientras la novia del hijo pasará las fiestas con ellos porque sus padres están en Moscú en misión secreta.

     Llega el día de la cena de Nochebuena. La madre y la abuela se encierran en la cocina, mientras los críos están por ahí pasando el día. Curiosamente ese día algún miembro de la familia se pierde, pero fíjate tú por dónde aparece antes de la cena. Pues todos comen, el cabeza de familia pronuncia un discurso evocador, y a la mañana siguiente se reparten los regalos, mientras los críos miran si hay algo en sus calcetines colgados en la chimenea.

     Ahora llega tu “Navidad”. ¿Cómo empieza? Pues con la pregunta que se repite todos los años: ¿Dónde cojones está el árbol? ¡Un bicho de 1.80 no puede evaporarse! Después de mirar detrás de los armarios, en la despensa y en el desagüe (por si las moscas), encuentras el palo ese con vergas (aún no se dónde le ven el parecido a un árbol de verdad).

     Llega el momento de adornar la cosa esa. Tu madre empieza a ponerle bolas, cadenetas, papanoeles en miniatura…. aquello parece más un traje de Agatha Ruiz de la Prada que un árbol de Navidad. Mientras, yo me dedicó a colocar 4 mariconadas en el pasillo, como el trineo que monté en 6º (más que montar tendría que haber dicho “construir”, porque mi padre, gran ejemplo de paciencia, se lo cargó cuando intentaba pegar uno de los renos… así que tuve que crear las piezas y montarlo en una tarde).

     Mi madre me llama. Quiere que remate la parte de arriba del árbol. Empiezo a tener complejo de trabajador de “Andamios Paco” (esos que se dedican a alquilar andamios para pintar los edificios). Así que le pongo unas bolitas y la cosa esa en la parte de arriba, que parece sacada de una de Las Torres de Santa Cruz.

     Llega el día de la cena de Nochebuena. Tu madre te encierra en la cocina, mientras que tú estás en la calle colgado del móvil para que le compres las cosas de última hora (cómprame hierbabuena, tomillo, lengua de tritón…). Aunque sea una noche mágica, tú estás con una mala hostia de narices con tanta gente metida en Mercadona (salte pa´llá, vieja de los cojones).

     Llega la noche. Te preparas. Vas atendiendo a la familia que va llegando, y en los ratos libres mandas mensajes de felicitación a tus amigos (incluso a ese que te mandó el mensaje 3 días antes).

     Ya está toda la familia. Compruebas que, desgraciadamente, nadie se ha perdido. Se monta una estampida hacia la mesa para pillar los mejores sitios, que suelen ser los más cercanos al surtido etílico. Tú comes intentando pescar algo entre tanta conversación, esperando a que alguien se levante y pronuncie unas palabras. No hay discurso evocador: todo se limita a decir “está todo muy bueno” o a algún eructo que intentan camuflar con tos (no seas jediondo, tronco).

     La noche trascurre sin grandes sobresaltos. Experimentas el grado de absorción de líquidos que puede tener un polvorón. El alcohol sigue fluyendo por los gaznates del personal, mientras sigues enyugado con el puto polvorón.

     No hay chimenea ni calcetines colgado. Mis padres me “aconsejan” que no queme el revistero para montar una chimenea improvisada. Tampoco me dejan que cuelgue mis calcetines en la pared por el tema del agujero de la capa de ozono.

     Pasa la noche. La mayoría de la familia tiene un pedo de cojones. Mis padres están dándose arrumacos porque el día 25 es su aniversario (joder, la de pasta que se debieron ahorrar en el banquete de la boda). Mientras yo lanzo los bolsos de la gente al portal como medio “sutil” para expresar mi deseo de que se larguen.

     Chris.

 

     El que no lo veas no significa que no esté ahí.

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